El día de hoy vamos a darle continuidad a nuestra serie de falacias lógicas del pensamiento. Como ustedes recordarán, en el episodio anterior abordamos la Falacia de Autoridad, que es la que afirma que algo es cierto o verdadero solamente porque lo dijo alguna autoridad, algún famoso o nuestra mamá. Recuerden, cada que escuchen frases del tipo… “porque lo digo yo que soy tu madre”...o…”¿quién va a saber más del tema, tú que eres el alumno o yo que soy el maestro?”, les están aplicando la falacia de autoridad, no les crean nada.
Bueno, en este episodio veremos la Falacia Ad Populum, es decir, Falacia del pueblo.
La falacia Ad Populum tiene un razonamiento sencillo pero muy efectivo y su lógica se aplica cuando algo es cierto o verdadero solamente porque todo el mundo lo sabe. Es decir, basa su veracidad en el hecho de que la mayoría de las personas o todas las personas dan algo por cierto.
Esta falacia tiende a mezclarse con la falacia de autoridad, cuando escuchamos la fórmula del tipo “es que los expertos lo saben o la mayoría de los expertos opina de determinada manera; eso sería una combinación de la falacia de autoridad con la falacia Ad Populum: todos los expertos lo saben, todos los científicos lo saben; como si el simple hecho de decir la palabra todos, nos generara en automático una certeza en la mente, -como todos ellos lo saben y yo no soy parte de ellos y ellos son expertos pues acato su verdad ó como todos ellos lo saben y yo soy parte de ellos, pues evidentemente y con mayor razón aún, acato esa verdad-.
Esta falacia también se entremezcla fácilmente con la falacia Antiquitatem, que apela a la tradición. Esta falacia de la tradición o Antiquitatem sostiene afirmaciones o intenta hacer pasar por verdaderas las afirmaciones que se sustentan en la idea de la tradición, es decir, porque siempre se han hecho de determinada manera las cosas, y como bien sabemos, el hecho de se hagan de una misma forma las cosas o porque algo sea tradición, no quiere decir que eso sea correcto ni sea verdadero, ni que no haya una mejor manera de hacerlo, esta forma de argumentar apela a que algo es correcto sólo porque es la tradición.
Esto es un tema que merece un episodio completo, pues se relaciona con el Relativismo Ético y con el derecho consuetudinario, como dice el viejo refrán: “La costumbre se hace ley”; así que, por ahora no profundizaremos al respecto, lo dejaremos para otro momento, solamente les voy a dar un breve ejemplo de los problemas que conlleva esta falacia de tradición o Antiquitatem: El tema de la mutilación genital femenina, conocida como MGF, por sus siglas. Estas siglas se utilizan para designar todos los procedimientos que, de forma intencional y por motivos no médicos, alteran o lesionan los órganos genitales femeninos. Es una práctica cultural que se realiza en más de 40 países de África, Asia y Medio Oriente, incluso hay algunos lugares de América Latina donde se practica como Colombia y Estados Unidos. Actualmente existen más de 200 millones de mujeres y niñas vivas mutiladas.
Hay cuatro formas distintas de practicar la MGF, y ninguna de ellas trae beneficios médicos. Es una intervención que se practica generalmente en la infancia, entre la lactancia y los quince años y es una práctica que responde meramente a creencias religiosas y prácticas sexuales, es decir, es una tradición que no tienen ningún sustento médico ni biológico, que sólo se basa en creencias religiosas sobre el cuerpo y el placer de las mujeres y en creencias culturales que defienden y reafirman la inferioridad del género femenino.
La MGF es reconocida internacionalmente como una violación de los derechos humanos de las mujeres y niñas, pues refleja una desigualdad entre los sexos muy arraigada y constituye una forma extrema de discriminación y tortura de la mujer.
El gran problema es cuando entra el Relativismo Ético al análisis. En términos de Derechos Humanos, es decir, en términos abstractos y universales, es fácil encontrar las razones por las que esta práctica es una violación a los mismo, pero si entrevistamos a las personas que llevan a cabo esta práctica, sin importar si son mujeres o varones, nos encontramos con sorpresa que para ellos es una práctica que está completamente justificada por sus creencias culturales y religiosas, no le ven nada de malo, pero si le preguntamos a alguna mujer que haya sido víctima de la MGF, su respuesta es que no hay absolutamente nada que pueda justificar tal práctica tan aberrante, entonces, tenemos un problema de tres puntos de vista. Por un lado está la opinión internacional que, basada en valores supuestamente universales como los derechos humanos, condena ésta práctica, -y aquí el Relativismo Ético apuntaría un par de preguntas interesantes- ¿Qué tanto se puede juzgar a una cultura desde otra?, ¿cómo puedo saber si los actos de mi cultura son más inmorales que los de otra?, ¿está bien que mi único marco de referencia sea solamente mi cultura o debo permitir que valores ajenos a mi cultura cuestionen mis creencias? Estas preguntas, ligadas a los derechos humanos nos llevan a un problema incluso de índole legal, ¿puede una cultura intervenir sobre otra para que se elimine alguna práctica?, es decir, ¿podemos realizar algún procedimiento legal o policial contra una práctica cultural sólo porque no forma parte de nuestro sistema de creencias? Si respondemos a esta pregunta en afirmativo, estamos dando justificaciones para el intervencionismo, violando la soberanía de los Estados-Nación, así que como verán, no es un problema trivial.
Por otro lado, tenemos el punto de vista de quien sufre la MGF, la víctima. Aquí nos encontramos con un relativismo dentro de la misma cultura, pues las víctimas de mutilación genital generalmente son niñas que no pueden ejercer su voluntad porque están sujetas a la voluntad de los adultos. Aunque la niña no quiera ser sometida o no entienda el sentido de esta práctica, pero entienda el daño a su cuerpo y se oponga, se le impone y somete, simplemente porque así han sido sometidas todas las antecesoras en su familia; las mismas mujeres que han sido mutiladas, someten a sus propias hijas porque así son las cosas, porque si no lo hacen nadie se va a casar con ellas, o le serán infieles a sus maridos y entonces las matarán. Es mejor prevenir, así la mujer no puede sentir placer en una relación sexual, y por lo tanto no será pecadora ni infiel dentro de ese contexto cultural.
Por último tenemos el punto de vista de las personas que practican la MGF, quienes llevan a cabo los cortes y el sometimiento, quienes no ven nada de malo en esta práctica porque sus creencias religiosas y culturales sobre el sexo y la inferioridad de las mujeres, la justifican, y por lo tanto no tienen que atender juicios de personas de otras culturas que les dicen que sus creencias son incorrectas y deben de dejar de hacer sus ritos tradicionales.
Afortunadamente, la capacidad crítica es universal, y dentro de las mismas culturas que practican la MGF, también hay férreas detractoras y detractores de esas costumbres, que trabajan cada día para que se erradique. Aquí la pregunta ética del relativismo sería, ¿podemos realizar acciones globales para erradicarlo?, es decir, ¿se vale hacer prohibiciones internacionales? o ¿solamente a través de acciones locales podemos erradicar estas prácticas, le toca resolverlo sólo a la gente directamente involucrada? o peor aún, ¿debemos erradicar estas prácticas o respetarlas solamente porque son costumbres culturales y religiosas?
Afortunadamente, en esta ocasión, la ONU respalda a la lógica argumental y sostiene que no son prácticas válidas sólo por ser costumbres religiosas, y que son prácticas que violan y transgreden los derechos humanos fundamentales de las niñas y mujeres, y que debe ser una práctica que esté prohibida en todo el mundo, sin importar las costumbres religiosas de ninguna cultura. El problema es que la ONU no tiene el poder fáctico para lograrlo. Y por eso, desgraciadamente se sigue llevando a cabo con mucha frecuencia esta práctica aberrante, al día de hoy hay aproximadamente 140 millones de niñas y mujeres vivas que fueron sometidas a la MGF, y la UNICEF espera que para el 2030 haya 86 millones más. Un panorama absolutamente desolador.
Como ustedes pueden observar, justificar que una costumbre es correcta sólo porque es una tradición, no es una cuestión inofensiva ni mucho menos. Tendemos a utilizar mucho la falacia de tradición o Antiquitatem para justificar particularmente nuestros hábitos y costumbres. Recuerden que somos animales de hábitos, y nos es muy difícil racionalizar esos hábitos, y cuando nos ponemos a pensar en porqué hacemos las cosas de cierta manera, casi siempre la respuesta es la tradición, la costumbre, porque siempre lo hemos hecho así, porque estamos acostumbrados a hacerlo de ese modo.
Entonces, si mezclamos la Falacia de Tradición con la Falacia Ad populum, nos daría un argumento del estilo: -pues es que en mi pueblo todo el mundo lo hace así- o -de donde yo vengo las cosas siempre se han hecho así y por eso yo las hago así-. Estas falacias se mezclan fácilmente porque toda tradición es un conocimiento que tiene en común un grupo de personas que pertenecen a la misma cultura, es decir, es conocimiento Ad Popolum, conocimiento del pueblo, y dependiendo de cómo justifiquemos este conocimiento, la argumentación podrá rozar la Falacia Antiquitatem, alguna otra falcia o ninguna, muchas veces el conocimiento popular está bien justificado.
Ahora profundicemos en la Falacia Ad populum. El tipo de argumentación que tiene esta falacia se recarga en la idea de que todos compartimos la misma creencia o el mismo conocimiento y por ese simple hecho, lo que afirmo debe de ser cierto; es como cuando presenciamos algún fenómeno óptico y entonces decimos “es que todos vimos en el cielo una luz, la misma luz y como todos la vimos, no podemos estar equivocados”. Bueno, pues resulta que grandes cantidades de personas sí pueden estar equivocadas, la psicología social nos ha demostrado que grandes grupos de personas pueden tener una alucinación colectiva con mucha facilidad; también ha demostrado algo más preocupante, que hay muchas personas que cambian de opinión sólo por pertenecer a un grupo, y este cambio de opinión puede conllevar cambios de percepción; por lo tanto no es suficiente considerar que como todos lo creen o todos lo saben o todos lo vieron podemos entonces, estar seguros de algo, tener una certeza o afirmarlo como verdadero.
Veamos algunos ejemplos que la misma historia nos puede prestar. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Giordano Bruno, a quien en 1600, la inquisición envió a la hoguera por, entre otras cosas, contradecir el modelo astronómico Aristotélico-Ptolomeico, que dice que la tierra es el centro del universo, también conocido como el modelo geocéntrico. Nuestro modelo actual es el heliocéntrico, es decir, creemos que el Sol es el centro de nuestro universo, pero, ¿por qué quemaron vivo a Giordano Bruno? Porque la teoría del modelo Geocéntrico era aplicada como un dogma religioso, que no podía cuestionarse porque estaba respaldada por la autoridad de la iglesia y por la sabiduría de los griegos, y es más, ya era algo tan sabido por todos, por tantos años, que resultaba incuestionable. Es una especie de mezcla entre la Falacia de autoridad y la Ad populum.
También tenemos el caso de Galileo Galilei, a quien por básicamente la misma razón, sumado a que descubrió unas manchas en el Sol que le quitaban su cualidad ontológica de astro divino y perfecto, y lo convertía en un vil objeto imperfecto, cuestión que contradecía la idea de que en el universo está el cielo y en él todo es perfecto. Obviamente esta idea resultaba muy incómoda para la noción de divinidad que había en ese momento. Le dieron a escoger, -o te retractas de tus ideas o cuello-. Galileo se retractó y la iglesia se encargó de destruir su reputación.
La historia nos ha dado miles y miles y miles de ejemplos sobre cómo esta falacia nos puede costar incluso la vida, y eso es precisamente lo más complicado de la falacia Ad Populum, luchar contra ella, porque como se refiere a algo que todo el mundo piensa, se convierte en una verdad que se asume sin ser cuestionada. Imagínense lo complicado que debe ser ir en contra de las creencias de tu propio pueblo, pelear contra las ideas de las personas que están a tu alrededor. No vayamos muy lejos, simplemente imagínense siendo una mujer que quiere estudiar para convertirse en doctora, pero en su comunidad se sabe que las mujeres sólo sirven para tener hijos y administrar la casa porque no son tan inteligentes como los varones y por lo tanto, se acostumbra que las mujeres no estudien más allá de la primaria. Esta pobre mujer que quiere convertirse en doctora tendrá que luchar contra su comunidad para poder ser quien quiere ser. Y así, podemos encontrar un montón de ejemplos en nuestra vida cotidiana.
Y tú, ¿contra qué Falacia Ad Populum has tenido que luchar?
En ese sentido, la falacia Ad Populum puede ser una de las más peligrosas en términos de supervivencia, ya que es una de las más difíciles de refutar, pues básicamente es imposible dialogar con el pueblo en forma de multitud. Quizá se podría refutar esta falacia de manera personal, tal vez con un buen interlocutor, pero si te encuentras en una situación como la de Galileo Galilei, va a ser verdaderamente difícil que tú puedas demostrar que toda la gente que te está enjuiciando está incurriendo en un error lógico de pensamiento. Así que, aunque parezca una de las falacias más comunes, triviales y cotidianas, también puede ser una de las falacias más mortíferas, porque cuando un pueblo, una masa o una multitud está decidida a qué tú no tienes la razón, pues mejor corre, porque no va a haber manera de que tú les demuestres que si la tienes.
Pensemos por ejemplo en el caso del holocausto judío, es un gran ejemplo de una falacia Ad Populum. Cuando comienza el holocausto y empiezan a llevarse a los judíos a los campos de concentración, la opinión pública internacional, la opinión de la prensa y la mirada del mundo en general, afirmaba cosas como que nadie se iba a atrever a matar a miles y miles de personas, seguramente sólo las van a aislar en campos de concentración, pero no creemos que se atrevan a matarlos porque nadie lo ha hecho en la historia de la humanidad y sería una atrocidad.
Tristemente ese razonamiento se basa en falacias Ad Populum: Nadie ha hecho eso antes, nadie lo ha pensado, a nadie se le ha ocurrido, nadie se ha atrevido a hacer algo así y por lo tanto es algo que no va a pasar. Se equivocaron, sí pasó. Si la prensa internacional y los países que estaban pendientes del holocausto hubieran tenido la cabeza un poco más fría y se hubieran puesto a pensar que a lo mejor a alguien sí se le puede ocurrir hacerlo, entonces, tal vez, lo hubieran detenido en algún momento más oportuno, antes de perder a tantos miles de personas. Pero eso es lo que se decía del Holocausto Nazi; era algo que se creía imposible, porque no era creíble que una persona tuviera esa megalomanía en su cabeza y fuera capaz de asesinar a cientos de miles de individuos en la época moderna, pues se creía que la sociedad había avanzado intelectual y moralmente, por lo que ese hecho era posible en la antigüedad, en la edad media, pero no en la modernidad, en la que se supone que ya éramos individuos completamente civilizados, pero, al final, la historia nos demostró que un montón de gente sí puede estar equivocada.
La importancia de pensar la falacia Ad Populum es que nos hace preguntarnos qué tanto nos dejamos manipular por la opinión pública y por la opinión de la gente cercana, por lo que los demás dicen de nosotros -y no solamente eso-, sino lo que los demás dicen que es la vida o lo que los demás dicen que es la felicidad, el amor, la soledad o incluso el éxito. Lo importante de reflexionar sobre esta falacia es que nos permite darnos cuenta qué tanto somos borregos y seguimos la opinión de los demás y qué tanto podemos alejarnos de este tipo de creencias y tener convicciones propias.
Esta pregunta se la ha hecho durante mucho tiempo la psicología social y han arrojado ideas muy interesantes que me gustaría enunciarlas para que podamos pensar desde otro punto de vista nuestra propia relación personal con la falacia Ad Populum. Veamos uno de los experimentos de psicología social que partió de la pregunta ¿Qué tanto influye la opinión de los demás en nosotros? o dicho de otro modo ¿Qué tan borregos somos?
El autor de este experimento fue Solomon Asch, quien ideó un procedimiento muy sencillo para resolver nuestra pregunta.
Tomó a un individuo y lo metió en un cuarto lleno de desconocidos. Los desconocidos eran cómplices del experimento. Les mostraba dos tarjetas, en una había una línea dibujada y en la otra había tres líneas dibujadas. Lo que se le pedía al sujeto de estudio era que señalara en la tarjeta con las tres líneas cuál línea era del mismo tamaño que la que estaba en la otra tarjeta, una actividad en apariencia muy simple. Se trataba solamente de reconocer el tamaño de una figura. Pero el truco consistía en que los cómplices del experimento, deliberadamente respondían antes que el sujeto de estudio, en voz alta y daban la respuesta incorrecta. Es decir, de pronto el sujeto de estudio se encontraba en una habitación llena de desconocidos que pensaban una cosa muy diferente a él. Repitió este procedimiento con un montón de individuos y llegó a las siguientes conclusiones:
En estas condiciones de presión social, el 37% de los sujetos estudiados escogieron figuras incorrectas por no contradecir lo que el resto del grupo decía. El 76% de los sujetos de estudio escogió al menos una vez la respuesta incorrecta por ir con la mayoría. De entrada, estas cifras dan miedo, parece que tendemos a ser borregos para no desentonar en un grupo, pero Solomon Asch no se conformó con estos datos y agregó algunas variantes al experimento, con las cuales descubrió que mientras más numeroso sea un grupo de opinión, es más difícil que una persona se anime a contradecirlo, y con esto descubrió también que basta con tan sólo un grupo de tres individuos para que puedan influenciar la decisión de una persona. Pero también se dio cuenta que si introduces a un aliado del sujeto de estudio que apoye su opinión en contra de la mayoría, el borreguismo se reduce notoriamente, es decir, basta con que alguien apoye nuestra opinión para que la defendamos con más fuerza.
Pero tenemos que ser cautelosos con la interpretación de nuestras conclusiones, recuerden que dije que el 76% de los sujetos de estudio escogió al menos una vez la respuesta incorrecta por ir con la mayoría, pero el énfasis está en AL MENOS UNA VEZ, eso quiere decir que las otras veces siguieron su propia opinión, pues solamente el 5% respondió mal todas las veces, es decir, sólo el 5% fue borrego en cada una de las preguntas. Lo que quiere decir que de alguna manera la libertad de criterio se ejerció, lo que significa que hay muchos factores que influyen en las decisiones que tomamos, desde el entorno cultural, cuestiones circunstanciales, creencias personales y convicciones propias, rasgos de carácter, etc. Por ejemplo, el estudio se realizó con puros varones blancos que se educaron en la cultura de la posguerra, si repitiéramos el experimento en nuestro contexto cultural actual y metiéramos variantes de género y color de piel y pusiéramos a un varón blanco como sujeto de estudio en un cuarto lleno de mujeres negras contradiciendo su opinión, seguramente los resultados variarían.
En fin, con este recorrido de ideas podemos darnos cuenta que hay una tensión constante entre nuestras propias creencias y lo que dice la mayoría de la gente, por ello debemos ejercitar el pensamiento crítico, para tratar de alejarnos del borreguismo y desarrollar un criterio propio. Aprender a identificar la falacia Ad Populum es un primer gran paso; así que ahora tienen una nueva herramienta para que en este nuevo año puedan detectar las falacias Ad Populum con las que se topen y así ejercitar con mayor agudeza el pensamiento.
Bueno, se nos acabó el tiempo. Muchas gracias por haberme escuchado y de nuevo los invito a que formen parte de esta nueva comunidad que estoy creando en Patreon. Si les gusta el podcast y quieren un poco más de filosofía en sus vidas, regístrense en Patreon, busquen mi proyecto como Aralia Valdés https://www.patreon.com/araliavaldes y suscríbanse para recibir beneficios exclusivos como consultas filosóficas, cafés filosóficos, debates virtuales y demás sorpresas. En fin, es una forma más personal de estar en contacto con ustedes y es super sencillo y rápido el registro.
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Muchas gracias a todos, les deseo un muy feliz inicio de año y prosperidad espiritual. Nos escuchamos muy pronto, hasta la próxima.